J.R.E.N.C.
Madrid, 12 de enero de 2016
A todas las hermanas y comunidades religiosas
A todos los que comparten la Misión Educativa Calasancia
A todos los que se sienten atraídos por el Carisma Calasancio de Hijas de la Divina Pastora,
legado por el Beato Faustino Míguez
Hoy, día 12 de enero, es un día grande para el Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora, pues celebramos por primera vez y ya con la autorización de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los sacramentos, la memoria de nuestra querida hermana, la beata Victoria Valverde.
Celebrar la memoria de Victoria Valverde es encontrarnos con una mujer humilde, sencilla, débil y a la vez valiente en Dios, profundamente arraigada en Jesús, como esos árboles que, por sus profundas raíces, aguantan los más fuertes vendavales; con una mujer que murió defendiendo lo que vivió como el mayor tesoro recibido, el don de la fe.
Su vida fue una vida sin ruidos, sin apariencias estériles. Fue una mujer a la que no le gustó sobresalir. Ella quería que el sonido de su vida fuera el de Dios y, de una forma sencilla, natural, lo hizo realidad apoyada en Él de quien todo lo esperó.
M. Victoria supo identificarse con su ser de pastora, como Religiosa Calasancia, y por ello vivió siempre al cuidado de la vida, la propia y la de las hermanas. Ella estuvo dispuesta a cuidar la suya, consciente de que era un don recibido, pero siempre con la condición de que antes estuviera cuidada y a salvo la de los demás.
Así lo puso claramente de manifiesto la tarde del día 12 de enero de 1937, cuando fueron a buscarla y, al preguntarle por sus hermanas, respondió que ellas no habían hecho nada y que lo que tuvieran que hacer, se lo hicieran a ella. Gesto heroico con el que M. Victoria siguió, una vez más, los pasos del Maestro que, en el momento de su pasión, cuidó y veló por sus discípulos.
Fue una mujer que se sintió tremendamente cuidada por Dios, y por eso afirma: «No se preocupen por mí, el Señor me está preparando y pienso que me va a costar mucho, pero confiando en Él, creo que me concederá servirlo hasta el fin de mi vida».
El gran secreto de su vida fue asumir conscientemente, como camino de realización personal, el de la entrega de su vida a la causa del Señor Jesús, según la lógica evangélica, a la que el papa Francisco define como la lógica del don y del sacrificio. Y ella, como nuestra hermana mayor, nos invita a cada uno a vivir desde la lógica del Evangelio, que es la del «perder para que otros ganen, para que gane el Reino de Dios».
Un fraternal abrazo en este día de gozo para todos,
M. Sacramento Calderón
Superiora General